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Parashat Shoftim

“…Cómo la liberó, el Rebe no nos lo contó. Pero al final, logró liberarla.”

—La Princesa Extraviada (Cuentos del Rabí Najman)

En la jurisprudencia que trata los daños entre personas, desde la antigüedad existe una categoría especial para quien, accidentalmente —o H’ no lo permita— causa la muerte de otro ser humano. El judaísmo no es la excepción, y la Torá, en su sabiduría divina, nos trae una idea revolucionaria: las ciudades de refugio.

Según la ley, de forma directa y literal, todo acto puede conllevar recompensa o castigo. Sin embargo, en temas capitales, hay una aparente excepción: Solo cuando una persona mata a otra de forma intencional, con pleno conocimiento y en presencia de dos testigos, el Gran Sanedrín podía dictar la pena de muerte.

Pero si no se cumplían estos requisitos legales, no se aplicaba castigo por parte del tribunal, lo cual —según los Sabios— podía ser incluso más grave, pues la retribución vendría del Cielo y afectaría el alma del individuo. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la muerte fue accidental o resultado de negligencia? Sí, hubo descuido, pero no hubo intención ni los elementos que harían merecer un castigo formal.

En teoría, entonces, el acusado no debería recibir pena ni de la corte ni del Cielo. ¿Por qué, entonces, es enviado al exilio a una ciudad de refugio? Ciertamente, todo ocurre bajo la supervisión del Cielo, y hay un motivo por el cual el acusado se vio envuelto en esa situación. Además, la Torá entiende que, para los familiares de la víctima, poco importa si fue intencional o no: han perdido a un ser querido, y por naturaleza humana, buscarán retribución. Si bien no hubo intención, sí hubo negligencia, y en este caso, el sistema de la Torá permite la posibilidad de venganza por parte del familiar del fallecido.

¿Cuál es entonces la opción del acusado? Escapar a la ciudad de refugio, donde permanecerá hasta la muerte del Cohen Gadol. Podemos contemplar este tema desde una perspectiva más mística, y extraer de él un conocimiento profundo para nuestras vidas y nuestra espiritualidad:Nuestra alma es pura, una chispa del Eterno, bendito sea. Vive en este mundo con múltiples dimensiones: algunas interactúan con lo material y son afectadas por él; y otra, la parte más elevada y perfecta, la Yejidá —el alma del alma— permanece siempre intacta. Esta alma desciende al mundo físico y lidia con la vida cotidiana y sus desafíos. Cuando el alma actúa con maldad, es evidente que merece retribución: sufrimientos, dificultades e incluso la pena espiritual llamada Karet. Cuando actúa mal pero bajo circunstancias extremas o inevitables, puede que no reciba castigo. Pero si —por negligencia— daña el alma de otro, aunque no haya sido con intención, se espera una reparación: el alma es exiliada a un lugar de refugio, donde queda protegida de las consecuencias de su descuido y falta de responsabilidad hacia otras almas. Ese exilio dura hasta que "muera el Cohen Gadol". En este contexto, el Sumo Sacerdote representa la cabeza espiritual del pueblo. Su trabajo sagrado y su conexión con lo divino lo convierten en símbolo del liderazgo colectivo. Si hay tragedias involuntarias, es porque el pueblo y su liderazgo no están en el lugar adecuado. Solo cuando haya un nuevo Cohen Gadol —una nueva cabeza y un nuevo corazón—, el alma podrá regresar a su lugar. Si alguna vez te sientes fuera de lugar, alejado, triste o en un “exilio” interior, sabrás que esa es tu alma, y que en su parte más pura aún espera regresar a casa. Este exilio no es castigo en el sentido clásico, sino una rectificación necesaria por errores no intencionados que, sin embargo, deben ser corregidos. Sigue trabajando. Sigue esperando. El cambio del Cohen Gadol llegará —cómo y cuándo, no lo sabemos— pero llegará. Y entonces, volverás a casa.

Shabat Shalom

R. Eliahu